martes, 10 de marzo de 2015

Cuento: La mujer perfecta

La Mujer Perfecta
 
En una casa inmensa en Roma, Italia, en el año 2014, vivía una gran familia llamada La familia Khor. Esta familia tenía mucho dinero y mucho poder en toda Roma debido a que su padre era una persona muy importante dueño de una empresa de ropa de gran prestigio en toda Europa.
Rafael, el padre, era un hombre de edad ya avanzada, serio, alto, robusto y de presencia imponente que llevaba una barba corta de color negro, que al igual que su cabello estaba salpicada por unas cuantas canas color plata. Siempre vestía elegantemente y llevaba el cabello perfectamente peinado hacia un lado. La madre, llamada Bianca, era una mujer un poco más joven que su esposo, alegre bondadosa, dedicada a su familia y muy cariñosa, siempre trataba de ayudar a los demás de diferentes formas. Era una encantadora mujer de estatura promedio, delgada, con hermosos ojos color miel y una sonrisa encantadora. Esta feliz pareja, contaba con dos hijos; Ravin y Esmeralda, que contaban con 18 y 17 años, respectivamente y se encontraban en la primavera de su vida.
Ravin, el hermano mayor, era un muchacho alto y bastante guapo, tenía el cabello color castaño y sus ojos era iguales a los de su madre. Era un joven con liderazgo y visión de éxito, cosa que había heredado de su padre. Él quería mucho a su hermana menor, Esmeralda, y solía decir que ella era quien iluminaba las oscuras habitaciones de aquella gran mansión con su presencia; y tenía razón, pues ella era una joven con una belleza sin igual; tenía grandes y hermosos ojos verdes que hacían honor a su nombre, con unas largas y hermosas pestañas que los hacían resaltar aún más. Su tez era perfectamente blanca; no había ninguna imperfección en ella; sus hermosos labios y su perfecta nariz, adornaban delicadamente ese rostro angelical. Tenía un cabello hermoso; una cabellera pelirroja y rizada que vista desde lejos, parecía una cascada de fuego que bajaba desde su cabeza, recorriendo su espalda para perderse en algún lugar poco antes de llegar a sus omóplatos. Tenía una figura perfecta, una voz angelical y una sonrisa que podía llenar de luz cualquier lugar en el que ella estuviera. Aunado a todo esto, tenía una personalidad excepcional, ¡era la persona más amable y alegre del mundo! Inteligente, dedicada, graciosa, bondadosa y cariñosa, tal como su madre, y que siempre ponía el bien de los demás antes que el suyo. Todos los que la conocían decían que era un ángel caído del cielo…sin embargo, Esmeralda tenía un pequeño problema, era muy insegura de sí misma, y a pesar de todas su cualidades, se sentía que no valía nada. 
Un día Esmeralda estaba con un joven que  llevaba ya 1 año de conocer, y que para ella era el hombre perfecto. El joven, llamado Esteban, era un muchacho de su misma edad, alto, guapo, inteligente, de familia acomodada y bien parecido, aunque superficial, egoísta, vanidoso y egocéntrico. Sin embargo, Esmeralda estaba ciega ante esto, y a pesar de que muchas personas le habían dicho que no le convenía, ella había caído ante sus encantos, y  de verdad lo amaba y quería estar con él, a pesar de que en el fondo, Esteban no la amaba a ella, sólo la estaba usando para divertirse y la había cortejado por una apuesta que había hecho con sus amigos.
Un día, mientras paseaban por los jardines de la mansión de la familia Khor, Esteban le dijo a Esmeralda:
—¿Esmeralda, te gustaría ser mi novia?
La joven se sentía en un sueño, y sus ojos se iluminaron más que nunca. Emocionada, casi sin aliento y sin saber lo que le aguardaba, le respondió:
—¡Claro que sí, me encantaría, Esteban!
—Me alegra muchísimo tu respuesta, pero tengo una condición—respondió Esteban fingiendo estar emocionado.
—¿Condición?—preguntó la joven confundida—¡Haré lo que me pidas! Yo sólo quiero estar a tu lado porque de verdad te amo.
Esteban sonrió complacido y agregó picándole las costillas:
—Bien…pues me parece que estás un poco rellenita. Te verías más guapa para mí si bajaras unos…no lo sé, ¿diez kilos? ¡Sí, diez kilos! Así serías la mujer perfecta para mí y podríamos estar juntos toda la vida.
El brillo desapareció de los ojos de Esmeralda, quien se sentía impactada por la petición de Esteban. Carraspeó.
—¿Diez…diez kilos? Pero Esteban…¿acaso no te gusto así?
El joven la tomó le las manos y le dijo:
—¡Claro que me gustas! Sólo que…no te vendrían mal unos kilitos de menos, ¿eh?
Esmeralda se puso a reflexionar. Su figura nunca le había preocupado demasiado, pero tal vez Esteban tenía razón; había estado comiendo mucho los últimos días, pues estaba de vacaciones y había ido con sus amigas a muchos restaurantes, donde había disfrutado muchas veces del gelato de vainilla que tanto le gustaba. Además, hacía poco que había abandonado sus clases de ballet porque la escuela le absorbía mucho tiempo, y tal vez eso hubiera contribuido en que subiera unos cuantos kilos.
Cuando por fin logró salir de sus pensamientos, le dijo a Esteban:
—Tienes razón, bajaré esos diez kilos por ti, mi amor, para que podamos estar juntos.
El muchacho rió para sus adentros con malicia.
—Gracias, mi corazón. Por ahora tengo que irme, se me hace tarde para mi cita con el dentista, ¡pero volveré para ver lo hermosa que te ves con esos diez kilos de menos!
Le guiñó el ojo mientras caminaba hacia su auto y Esmeralda mostró una sonrisa forzada. Lo que Esteban le había dicho la había dejado pensativa.
Una vez que él se fue, la joven corrió a su habitación y se miró en el espejo. No le gustó lo que vio. Se veía y se sentía gorda, obesa…fea. Miró las revistas de moda que tenía sobre su cama y su cuerpo no se parecía en nada al de esas modelos perfectas. Las lágrimas rodaban lentamente por sus mejillas, arrastrando a su paso el maquillaje que ella cuidadosamente se había aplicado cuando supo que Esteban la visitaría. Entonces decidió que bajaría esos diez kilos de una vez por todas, para así poder estar con Esteban.
En un principio, logró bajar 4 kilos con ejercicio y buena dieta, pero al ver su avance se sintió defraudada ya que le faltaba más de la mitad de su meta y llevaba más de 3 semanas.
Estaba desesperada, no sabía qué hacer, lo que más deseaba en el mundo era poder estar con Esteban, pero al parecer, nunca podría lograrlo. Pasó noches enteras llorando en su habitación, preguntándose el cómo había sido tan estúpida para creer que un joven como él se enamoraría de una bestia gorda y fea como ella, que era como se sentía ella en esos momentos.
Todos esos pensamientos la llevaron a dejar de comer. Tenía una terrible obsesión por las calorías que consumía y pasaba semanas enteras sin probar alimento. Pero en algunas ocasiones, cuando sentía que ya no podía más, o cuando el estrés y la presión no dejaban de agobiarla, Esmeralda comía excesivamente de todo lo que se encontraba. Sin embargo, después de eso, se sentía culpable e iba al baño a vomitar todo lo que había ingerido, o tomaba laxantes para sacar de su organismo ese “veneno”, que es como llamaba últimamente a la comida.
Cuando logró bajar los diez kilos, llamó a Esteban, quien fue a su casa a visitarla. Al llegar, Esmeralda estaba irreconocible, ya no había nada de belleza en su cuerpo, sólo muerte y enfermedad. Sin embargo, Esteban siguió adelante con su “juego” para divertirse.
—¡Esme, pero  qué hermosa estás! ¡Ahora ya podemos estar juntos, te ves más bella que nunca! —dijo esto mientras tomaba el frágil cuerpo de la joven entre sus brazos.
—Gracias—dijo Esmeralda casi en un susurro, pues se sentía demasiado débil incluso para hablar.
—Bueno, pero ¿para qué conformarnos?—agregó Esteban con malicia—Aún puedes adelgazar más, mi cielo, entre más delgada estés, más hermosa te veo yo y más te voy a amar.
Esmeralda forzó una sonrisa.
—Lo que tú me pidas, mi amor.
Siguió así por un tiempo, y en tres meses, había adelgazado ya más de veinte kilos. Su condición comenzó a empeorar; se veía pálida, demacrada, estaba prácticamente en los huesos y se sentía más débil que nunca. No podía ni siquiera levantarse en las mañanas para ir a la escuela, y lo peor es que nadie lo notaba. Ni su familia ni amigos. Ella se
 encontraba sola con su mente, con sus pensamientos que día con día la torturaban y la hundían más. Su cabello, esa hermosa cascada de fuego comenzó a apagarse, a tornarse opaca y a caerse por montones. Sus uñas comenzaron a quebrarse y su piel de seda se volvió áspera y agrietada. Su sonrisa de desvaneció y sus hermosos labios rosas estaban secos…sin vida. Cada parte de ella estaba muriendo, incluso la luz y el resplandor de sus ojos lo estaba haciendo. Era como una hermosa flor que se iba secando poco a poco.
A pesar de esto, cada vez que la joven se miraba en el espejo, veía lo mismo; “una bestia gorda y fea”, y sus pensamientos no dejaban de gritarle: “Estás obesa, eres horrible, por eso nadie te quiere, por eso Esteban no te quiere y nunca te querrá. Tienes que adelgazar más para lograr que te ame como lo amas a él”. Así que ella seguía con estas prácticas que la estaban conduciendo hacia un sólo camino: la muerte.
Al poco tiempo, durante una reunión muy importante de la familia Khor, el señor Rafael notó que su hija no era la misma, que tenía la mirada perdida y que no había nada de esa alegría y luz que siempre reflejaba, sin embargo, estaba muy ocupado como para darle importancia.
Esa noche, la señora Bianca le pidió a Ravin que tocara un poco el piano, ya que era muy bueno y quería que las demás familias notaran su gran habilidad con este instrumento musical. Ravin acepto pero pidió que su hermana acompañara la pieza bailando ballet con esa gracia que le caracterizaba.
Ella no quería pero como no podía desprestigiar a su familia y a su padre enfrente de las familias presentes negándose a tal petición, decidió ir a ponerse su vestuario para bailar, se peinó, se maquilló un poco para no verse tan demacrada y fue al salón donde estaban todos esperándola.
Al entrar todos notaron la desnutrición de Esmeralda y el gran cambio que había sufrido su cuerpo en solo tres meses. Ella hizo caso omiso a todas las miradas que la acusaban, incluso a la de sus padres y hermano, quien todavía impactado, empezó a tocar una pieza de Mozart. Ella comenzó a bailar, pero apenas había comenzado cuando se desplomó contra el suelo de madera y todos los invitados corrieron asustados a ayudarla.
Esmeralda despertó en el hospital y como era obvio, el doctor les dijo a sus padres que su hija tenía un grave problema de bulimia y anorexia, motivo por el cual había desarrollado anemia y estaba muy por debajo del peso adecuado para una chica de 17 años. Sus padres y su hermano se lamentaron por no haber puesto más atención y haber detectado el problema a tiempo.
Al enterarse de lo sucedido, Esteban corrió al hospital donde se encontraba su novia, y al verla ahí, la tristeza y la culpa lo inundaron. N podía creer hasta dónde había llegado ese “juego”.
—Esme—dijo entre sollozos—¡Perdóname, te juro que no era mi intención!
Esmeralda se conmovió al principio, pero después, al verse rodeada de doctores, enfermeras y con agujas en las venas de sus manos, supo exactamente lo que tenía que hacer.
—Vete, Esteban—dijo con voz trémula.
El joven se puso de pie, y cabizbajo, se dirigió a la salida del hospital, pensando en lo que había causado tanto a Esmeralda como a su familia.

Esmeralda se quedó llorando y pensando en su habitación. En ese momento comprendió que el verdadero amor no juzga por la apariencia física, sino por lo que hay en el interior, además de que antes de desear que otros nos quieran, debemos querernos y aceptarnos a nosotros tal y como somos, sin tratar de seguir estereotipos ni cánones de belleza impuestos por la sociedad.

Por: Sandra Paola Marfileño de Lira.

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